Entender que estas conductas son comunes en esta etapa no implica que los adultos deban permanecer pasivos. Por el contrario, es fundamental enseñar formas más adecuadas de conseguir lo que desean y dejar claro que la agresión no es aceptable en ninguna circunstancia.
Cuando la ira toma el control: abordando la agresividad en la infancia
Los comportamientos agresivos forman parte del repertorio de conductas previsibles en la infancia. En los primeros años de vida, estas reacciones no buscan causar daño a otros, sino obtener algo deseado. Suelen manifestarse como respuestas ante situaciones que generan sentimientos de fragilidad o inseguridad.
Los problemas de ira en los más pequeños suelen presentarse porque aún no saben manejar la frustración u otros sentimientos incómodos. Tampoco han desarrollado las habilidades necesarias para resolver conflictos sin enojarse y, en algunos casos, reproducen formas de interacción aprendidas. Ante la falta de recursos, por ejemplo, un empujón puede convertirse en una forma de acceder al columpio, o un tirón de pelo en un medio para recuperar un juguete. Entender que estas conductas son comunes en esta etapa no implica que los adultos deban permanecer pasivos. Por el contrario, es fundamental enseñar formas más adecuadas de conseguir lo que desean y dejar claro que la agresión no es aceptable en ninguna circunstancia.
Cuando el comportamiento de un menor está fuera de control o genera problemas significativos, resulta importante establecer una relación estructurada, con respuestas calmadas y consistentes por parte de sus padres o cuidadores. Es más efectivo reforzar de manera positiva las conductas deseadas y enseñar alternativas en lugar de limitarse a decir: “No hagas eso”. Por ejemplo, se les puede sugerir que, al sentirse enojados, expresen lo que piensan con palabras.
Se recomienda supervisar con atención las interacciones con otros menores. Si el conflicto es leve, es mejor permitir que lo resuelvan por sí mismos. Sin embargo, es necesario intervenir si la pelea es física, persiste tras pedirles que se detengan, o si alguno pierde el control y agrede a otro. En estos casos, es conveniente separar a los involucrados hasta que se tranquilicen. Si la situación se torna demasiado violenta, puede ser necesario dar por terminada la sesión de juego, dejando claro que no importa quién “inició” el conflicto, ya que intentar lastimar a alguien no tiene justificación.
Es importante enseñarles a usar su “gran voz” para decir con firmeza: “No me hagas eso, ¡para!”, dar la espalda o buscar un acuerdo en lugar de recurrir a la agresión física. Asimismo, es fundamental felicitar cuando se adopten estas estrategias y destacar cómo se están comportando de manera madura. Reforzar y elogiar las conductas positivas, especialmente cuando demuestran amabilidad, resulta esencial. Aunque los episodios de agresividad son comunes en la infancia, es necesario intervenir si estas conductas persisten o si existe dificultad para controlar el temperamento, ya que podrían afectar la socialización futura.
En el entorno escolar, la socialización adquiere mayor importancia, ya que representa uno de los primeros espacios en la vida del menor fuera del hogar. Los educadores trabajan tanto en grupo como de forma individual para reforzar conductas positivas aprendidas en casa y modificar otras, mediante recompensas o desaprobaciones. La agresividad, entendida como un estado emocional, puede surgir de manera involuntaria como una reacción frente a amenazas. Sin embargo, también puede fomentarse desde las normas familiares, ya que los padres, a menudo sin ser conscientes, actúan como modelos de estas conductas, por ejemplo, cuando recurren al castigo físico.
En general, se refuerza más la agresividad en los hombres que en las mujeres.Por otro lado, los medios de comunicación también influyen en la aceptación de la conducta agresiva. En muchas películas, el “héroe” suele ser aquel que utiliza la fuerza física o la violencia, en lugar de quien posee mayor capacidad de diálogo, reforzando así la idea de que la agresión es una forma válida de resolver conflictos.
Actividades para trabajar este estado emocional/comportamiento en casa:
Para aprender a gestionar la agresividad el acompañamiento de los adultos es clave. A continuación les presentamos algunas actividades para identificar cómo funciona el enojo, debido a que la agresión suele ser una respuesta conductual a esta emoción.
- ¿Qué causa el enojo?
Sentir rabia es algo natural en todas las personas, a los papás, profesoras y amigos también les pasa. Te voy a mostrar algunas situaciones en las que yo me he sentido enojado o enojada y tú me dices qué situación te hace enojar a ti. Yo te digo una y tú me dices una.
Nota: lo ideal es que escriban esta actividad para poder retomarla más adelante
Actividad: ¿Qué me hace enojar?
- El enojo viene en distintos tamaños:
Como todas las emociones, el enojo viene en distintos tamaños. Lo que a ti te hace enojar un poquito puede que a otra persona la haga enojar mucho. Es por esto, que es importante que aprendamos cómo nombrar los distintos tamaños de nuestro enojo. Te voy a mostrar una lista de emociones, todas estas describen distintos tamaños de enojo. Vamos a leerlas, reconocerlas y luego hacemos un juego.
Actividad: Lista de emociones – sopa de letras.
- Atrapa tu pensamiento:
Todos tenemos distintos tipos de pensamientos, cuando nos enfocamos en el enojo es importante que aprendamos a ver qué pensamientos hacen que el enojo se vuelva más grande. Cuando nos quedamos pensando en lo que nos hizo enojar sólo nos sentimos más enojados. Hagamos un juego en el que vamos a circular qué palabras hacen que el enojo crezca y sea más grande. Con otro color encierra las que pueden hacer que sea más pequeño.
Actividad: Lista de palabras.
- Cambia lo que sientes:
Como cambiar lo que pensamos nos ayuda a cambiar lo que sentimos vamos a colgar en tu cuarto cuatro pasos que podemos hacer para sentirnos menos enojados.
Avtividad: Estrategia 1 – Estrategia 2 – Estrategia 3 – Estrategia 4
Es importante enseñarles a usar su “gran voz” para decir con firmeza: “No me hagas eso, para”, dar la espalda o buscar un acuerdo en lugar de recurrir a la agresión física. Asimismo, es fundamental felicitar cuando se adopten estas estrategias y destacar cómo se están comportando de manera madura.
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